Federico GALLEGO RIPOLL. Nuevo libro.








Dentro del día, acaso.


1.


Dentro del día la luz transcurre.
Es lo que dice el poeta. Dentro la luz, la luz encerrada en el frasco del día, la luz observada en su transcurrir, como ojos ávidos que contemplan el comportamiento del insecto atrapado. ¿El niño o el entomólogo? La magia de la luz en su comportamiento caprichoso yace ahí contenida. Allí puestos sus ojos, observando. Esto es el acaso, acaso. Luego, en el adentro van aconteciendo las cosas que, iluminadas, se desdoblan, enriquecen, huelen y se escuchan.

Dentro del día todo acontece pleno.
Es lo que dice el poeta. Las cosas adquieren entonces la plenitud de su ser en el presidio del día, se expanden como lo que son y no quieren ni desean ser lo que no son ni pueden. Las cosas son justamente ellas; el día, que las tiene encerradas en su caprichoso panóptico, las va mostrando, las va exhibiendo con la delicadeza de las madres: huelen su olor, suenan su son. Se muestran y desnudan, espeluznadas de luz. Pero no escapa al poeta que, al igual que las madres no miran más allá de la vida, alguien está asintiendo a esta luz de escaparate.
A esa luz del trasluz todo se aparece en la eternidad infatigable de la juventud. ¡Dichoso aquel que tenga entre sus manos el frasquito transparente! Porque de él será en cierto modo el secreto de la ilusión.

Cada ser que respira
recibe su ración de primavera
(… )
más allá de la efímera piel de la belleza
Nadie, ni nada, engaña al poeta entomólogo y niño que, expectante, persigue los movimientos de la inanidad atrapada en sus vuelos circenses. La vida tiene mucho de circo, de fuego artificial, de fiesta, de luz en fin.

Pero dentro del día la luz transcurre, y vamos
a su rueda espigando los fragmentos ardidos
disolviendo en la tarde la eternidad mentida
Todo se torna y trastorna y de la condición de eterno se desprende el velo de la mentira. La mentira ni es mala, ni maléfica, ni malévola. La mentira es simplemente la tarde en que la luz declina. ¿Y ahora? Golpeados por la verdad y la mentira, golpeados por la fatalidad y la esperanza, vamos dando vueltas al frasquito observando tercos la frugal danza. Hechizados, hipnotizados de la salomé iridiscente que se va apagando, muriendo, envejeciendo, en su contradanza: ¡ancla! –dice el poeta, como aquel otro dijo ¡luz, más luz! Ancla, repito …

que habremos de elevar con nuestro esfuerzo.

Regresamos entonces a la infancia. Aunque todo regreso sea ya infancia. Volvemos sobre los pasos de lo ardido, dice el poeta. Volver que es un empezar. Un abril.

Siempre nos vence abril por goleada,
y aguardamos la noche para cantar su ausencia
.

Ocurre entonces que necesitamos del fulgor apagado más que del apagado fulgor. Recomponemos a partir de las cenizas y con ellas forjamos, más grises si cabe, extrañas figuras, ilusionados figurantes, esperanzadas figuraciones, antes, antes de apagar la luz definitivamente e irnos a acostar. He aquí que los tomamos y las tomamos: figuras, figurantes y figuraciones, y con la precisión del entomólogo y la ilusión del niño, volvemos a guardar en otro frasco la iridiscencia marchita, en espera del mañana. Silencio, que es ya la noche.

Dentro del día, acaso, la esperanza
(…)
Abril como promesa
Y, delante del ánimo, el camino.


Es lo que dice el poeta, el poeta se llama Federico Gallego Ripoll, que es niño y entomólogo.



2.

Dentro del día, acaso. Es la última publicación del poeta Federico Gallego Ripoll (Manzanares, 1953). XXIX Premio de Poesía Ciudad de Badajoz. Ocho poemas de reflexión e intensión. Reflexión que vuelve la mirada a lo recorrido. De intensión expresa del tiempo. El pasado vuelve y se revuelve, acaso.



La reflexión de Gallego Ripoll es una reflexión, más que del tiempo, de las posibilidades que el tiempo da. El tiempo, elástico, dimanante, que permite el desandado como un recuerdo. El proyecto como la inevitable esperanza. Tiene esta poesía algo de élan vital. Distensión e intensión encuentran el punto de apoyo en la experiencia poética. El verso, el poema, el poeta mismo, se tornan transubstanciación del mundo, expresión, materialización del espíritu.
Veo a Federico y en cierto modo veo a Bergson. Es verdad. No veo únicamente al 27, Lorca, Cernuda, Aleixandre … ni veo sola y atolondrada la prosa profunda de la Zambrano. Veo, inevitablemente, al francés del bigotito, y veo la distensión-intensión del mundo concentrada en un poema. Esta creo que es la supuesta “reflexión” de la poesía última de Gallego Ripoll. Una concentración inusitada de espíritu en el punto del verso, del poema: una regreso del todo, de la experiencia del poeta, a la poesía.
Dentro del día, acaso, contiene pues ocho largos poemas de la intensión y de la extensión. Poemas del recuerdo y de la esperanza concentrados en la experiencia del ahora. Este es el uso del tiempo que el poeta nos hace. En la luz del tiempo (porque la luz permanece asociada al tiempo como luminaria del recuerdo y luminaria del proyecto) los ojos de Gallego Ripoll se posan como los del entomólogo que gusta de la historia natural, y con la avidez del niño que se llena los bolsillos de futuros. “Un recuerdo como un pañuelo blanco”, es uno de estos ocho poemas, que no es necesario referir con largueza, pero que nos dice así:
Habitan los recuerdos nuestra casa./Son lo que de nosotros nadie puede/volcar, prender, cambiar por agua fresca/o usurpar, pues su trono nada vale:/nuestro es su territorio y suyos nuestros pasos.
Estos recuerdos –dice- se pliegan en cuatro dobleces, se planchan y son el pañuelo blanco de otros tantos recuerdos: Yo tengo un recuerdo pequeño como un pañuelo blanco./ (son versos de los más intensos de este libro recoleto) A veces mi madre me dice:/“Con este pañuelo/habrás de taparme la cara cuando muera/(…) Lo terrible es que hay distintas concepciones del pañuelo, distintas rayas dibujadas por la plancha: Y es que mi madre cree que este recuerdo/está tejido con la memoria antigua de la tierra distante/de cuando cada emoción era de estreno/y pensábamos que más allá de la llanura estaba el mar/ …Calculando que en la ausencia de la luz blanca del pañuelo quizás sólo seamos el hueco donde acaso/tuvo cabida la emoción humilde/de un pañuelo doblado …/¡Este acaso! Terrible acaso.

El acaso se desnuda en otros poemas, porque los poemas son experiencia de intensión y extensión, más si cabe que de reflexión. “Los niños del Pireo” es un poema de amor que se abre a la eternidad, al pasado y al futuro en la imposibilidad del presente. Poema del recuerdo que lleva hasta una melodía, a las imágenes que retraen a la infancia en una tarde de cine, a los olores, tactos, colores vividos; al tiempo, añoranza del presente, ausencia y melancolía. Se van hilvanando las experiencias del pasado reciente y añorado y el pasado remoto y recordado. El presente incierto y melancólico y el futuro esperanzado. El futuro con su gran secreto: la posibilidad de revivir. El poeta quiere, desea que el futuro sea recuerdo. Cada inicio de estrofa en este poema nos da la clave de la melancolía de futuro ¡extraña paradoja!:
Voy a morirme un poco solamente/para ver que respiras a mi lado (…)/Un poco solamente para oír que tus pasos/siguen llenando de alma las estancias (…)/Voy a morirme sólo lo preciso/para que puedas desplegar tus alas (… )Voy a morirme tan pequeñamente/que no te des ni cuenta, y no sepas llorarme (…) Voy a morirme, amor, tan cuidadosamente/que cuando llegues tú dentro de muchos años ( …)Todo será, en cierto modo, recuerdo.

Respecto de otras experiencias poéticas de Gallego Ripoll, la poesía del acaso que ahora se inicia es una concentración de energía, no ya sólo de sensibilidad, no ya solo de palabra. Es todo el ser del poeta puesto en la materia del verso. En ese verso está “Lo aún no amanecido” que es el poema con que se inicia este libro, es decir, lo que no es todavía pero en cierto modo ya está, concentrado, dispuesto a desplegar sus alas. En ese estar las palabras heredadas, las sensaciones revividas en otras letras que no son las propias, la experiencia venida, la humanidad en fin vivida por el poeta. De manera que el poeta puede reflexionar en los dos últimos versos:
Faro quieto en el tiempo, obstinada memoria./Por cuantos fueron soy lo aún no amanecido.
En largas estrofas agrupadas en tiradas de diez y once versos de tendencia alejandrina, el poeta se entrega a la filosofía poética. A cuestionarse la herencia, lo que uno pone, lo que ha de poner y cómo lo pone en la urgencia del verso, de manera que el poeta bien puede decir, como dice el primer verso “Yo escribo con palabras que he robado a los muertos”. De manera que este robo es, después de todo, morir un poco: ¡Vivir! … para que no se pudra mi voz de estar callada.
“Las palabras” viven de esta tesitura, el ser herencia del tiempo y materia maleable en que alguien, el poeta, deja en cierto modo su ser.


Aderece el lector con un buen 27, añada el gran poder del símil, de la metáfora, y de la imagen, sobre todo de la imagen, y tendrá la dosis perfecta de lo que el poeta hereda y hace con palabras. Luego ponga el recuerdo y le nacerá el acaso, el acaso de Gallego Ripoll.
Dentro del día, acaso somos lo que somos. Dentro del día. Dentro del frasquito que alguien de mirada limpia contempla sin saber del todo el drama que se genera allá en su interior, el drama de lo translúcido que el poeta se empeña en expresar: que el día nos viene, que el acaso lo pone cada cual.

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